Remordimientos de Nerón tras la muerte de su madre. J. William Waterhouse. 1878
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Nerón, preso de la desesperación, tras los últimos acontecimientos que habían llevado a Marco Sulpicio Galba a proclamarse emperador, huyó de la Domus Aurea. “Entretanto, también la defección de los demás ejércitos le fue anunciada en una carta que le entregaron mientras almorzaba; Nerón la hizo añicos, volcó la mesa, estrelló contra el suelo dos copas que le gustaba muchísimo utilizar […], y, después de haber pedido a Lucusta un veneno que guardó en una cajita de oro, se dirigió a los Jardínes de Servilio” (Suetonio, Vida de Nerón, 47, 1). Continúa Suetonio diciendo que todo los intentos de Nerón de reunir un ejército y atraer a los pretorianos fueron en vano. Incluso uno le gritó con osadía “¿tan gran desdicha es morir?” (Suetonio. Vida de Nerón, 47.2). Tanto Tigelino como Ninfindio Sabino (los dos Prefectos del Pretorio) lo habían abandonado y habían prometido a los guardias grandes sumas para que siguieran su ejemplo. A éstos se unieron todos sus amigos y sus criados durante la noche.
Ante esta situación, Nerón pensó pedir clemencia a Galba o implorar perdón públicamente ante el Foro romana. También valoró huir a Partia o a Alejandría. Al final decidió huir nuevamente a la villa de uno de sus libertos, Faonte, situada en las afueras de Roma. Acompañado únicamente de éste, de su amante Esporo Sabino y dos ayudantes se envolvió en una capa vieja y se cubrió la cabeza, y se puso en camino. Nerón estaba conmocionado y no podía creerse la desgracia que se le había venido encima tan repentinamente. Su estado de ánimo empeoró cuando recibió una carta del Senado que lo declaraba enemigo público, al mismo tiempo que decretaba su muerte.
Esta circunstancia le hizo tomar la decisión definitiva, después de todo era el último descendiente de Augusto y merecía morir como un romano. consiguió una daga, y tras varios intentos fallidos, se la hundió en la garganta con la ayuda de un liberto. Le animó a ello el sonido de cascos de caballos que se acercaban. Un centurión entró en la habitación e intentó parar la hemorragia con su capa, pero ya era demasiado tarde. “Esto sí que es lealtad”, exclamó con su último aliento el hijo de Agripina (Suetonio. Vida de Nerón, 49.4). El único ruego que hizo a los que asistieron a su muerte fue que no permitieran que le cortaran la cabeza y que lo incineraran entero, deseo que le fue concedido por Galba. Murió meses antes de cumplir 31 años, el 9 de junio del año 68.
La muerte de Nerón, 1888, Vassili Smirnov, San Petesburgo, Museo Estatal Ruso
“Los gastos de sus funerales ascendieron a doscientos mil sestercios, y en ellos se emplearon los lienzos blancos bordados de oro que había usado el día de las calendas de enero. Sus nodrizas Égloge y Alejandría, junto con su antigua amante Acté depositaron sus restos en el sepulcro familiar de los Domicios, que se divisa desde el Campo de Marte sobre la colina de los Jardines. En este sepulcro, su ataúd de pórfido, coronado por un altar de mármol de Luna, fue rodeado por una balaustrada de piedra de Thasos” (Suetonio. Vida de Nerón, 50).
Según Suetonio “hubo quienes adornaron durante largo tiempo su tumba con flores, en primavera y en verano, y expusieron en las tribunas de las arengas estatuas que lo representaban vestido con la pretexta, o edictos suyos, como si estuviera vivo y pensara volver pronto para castigar a sus enemigos” (Suetonio. Vida de Nerón, 57,1). Incluso relata el biógrafo de los Césares que el rey de los partos Vologeso pidió con insistencia que se rindiera culto a la memoria de Nerón.
Con Nerón murió también la dinastía Julio- Claudia, la más influyente y mística de todo el Imperio Romano.
Augusto, Calígula y Nerón
“El linaje de los Césares se extinguió con Nerón; hubo muchas señales que lo anunciaron, pero dos de ellas fueron particularmente claras. Durante la visita que Livia hizo años atrás a su finca de Veyes, inmediatamente después de contraer matrimonio con Augusto, un águila que pasó volando por encima de ella dejó caer en su regazo una gallina blanca, que aún conservaba en el pico la ramita de laurel que llevaba en el momento de ser apresada; decidió entonces alimentar al ave y plantar la ramita, tras la cual nacieron tantos pollos, que todavía hoy se conoce esta finca con el nombre de “Las Gallinas”; creció asimismo un lloredo tan extenso que los Césares cogían de allí sus laureles cuando iban a celebrar un triunfo; tuvieron también la costumbre de plantar inmediatamente otros en el mismo lugar, y se observó que, por la época en la que cada uno de ellos fallecía, el árbol que había plantado se secaba. Pues bien, el último año que vivió Nerón, todo el bosque se secó desde la raíz, y todas las gallinas de la finca murieron. Acto seguido, el templo de los Césares fue alcanzado por un rayo, las cabezas de todas sus estatuas se desplomaron a la vez, e incluso el cetro de Augusto fue arrancado de sus manos” (Suetonio. Vida de Galba, 1).
En el año 2014, con ocasión de la celebración de la muerte de Augusto, la Villa de Livia en Prima Porta (Ad Gallinas) fue reabierta al público; al mismo tiempo se replantó el laurel sagrado de manera simbólica. La dinastía que fundaron Augusto y Livia no morirá nunca. Su memoria vive eternamente en la Ciudad Eterna y en la historia de la humanidad.
Este es mi artículo 300 y lo he querido dedicar a un hecho tan relevante.
El bosque de laurel de la Villa de Livia en Prima Porta